La famosa revista Newsweek sorprendió a
muchos en su edición de Octubre 2012 con una portada y un titular
impactante:
“El cielo es real – La experiencia de un Doctor en el más allá”.
La revista publica un artículo escrito por un prestigioso neurocirujano estadounidense que luego de haber vivido una Experiencia Cercana a la Muerte (ECM), asegura haber visto y viajado al más allá. Presentamos a continuación la traducción completa de la nota de Newsweek.
“El cielo es real – La experiencia de un Doctor en el más allá”.
La revista publica un artículo escrito por un prestigioso neurocirujano estadounidense que luego de haber vivido una Experiencia Cercana a la Muerte (ECM), asegura haber visto y viajado al más allá. Presentamos a continuación la traducción completa de la nota de Newsweek.
"Este libro es un rayo!" - Dr. Rabi Meir Sendor
"Obra maestra Eben es una historia para los científicos, escépticos, creyentes y buscadores. Léalo para un anticipo de algo más allá del velo, más allá de nuestros sueños, y más allá de nuestras imaginaciones más salvajes. Léelo como Last Rites por su comprensión más allá de un mundo limitado y descubrir puentes a lo eterno en medio de nosotros ". -El reverendo Michael R. Sullivan
El paraíso es real: La experiencia de un doctor en el más allá
por el Dr. Eben Alexander, The Daily Beast, 08 de Octubre 2012
Fuente original: http://www.thedailybeast.com/newsweek/2012/10/07/proof-of-heaven-a-doctor-s-experience-with-the-afterlife.html
Traducción: Sebastián Alberoni – www.caminosalser.com
Como neurocirujano, yo no creía en el
fenómeno de las experiencias cercanas a la muerte. Hijo de un
neurocirujano, crecí en un mundo científico. He seguido el camino de mi
padre y me convertí en un neurocirujano académico, enseñando en Harvard
Medical School y otras universidades. Entiendo lo que ocurre en el
cerebro cuando las personas están a punto de morir, y siempre había
creído que había una buena explicación científica para los viajes
celestiales fuera del cuerpo, descritos por aquellos que escapaban a la
muerte por poco.
El cerebro es un mecanismo
sorprendentemente sofisticado pero extremadamente delicado. Si se reduce
la cantidad de oxígeno que recibe, así sea la cantidad más pequeña,
este reaccionará. No era una gran sorpresa que las personas que habían
sufrido un traumatismo grave regresaran de sus experiencias con
historias extrañas. Pero eso no significaba que habían viajado a algún
lugar real.
Aunque me consideraba un creyente
cristiano, era más de título que de creencia real. No me molestaban los
que querían creer que Jesús era más que simplemente un buen hombre que
había sufrido a manos del mundo. Simpatizaba profundamente con aquellos
que querían creer que había un Dios en alguna parte ahí fuera que nos
amaba incondicionalmente. De hecho, envidiaba a esas personas la
seguridad que esas creencias sin duda les proporcionaban. Pero como
científico, simplemente creía que era incorrecto creer en eso.
En el otoño de 2008, sin embargo,
después de siete días en un estado de coma en el que se inactivó la
parte humana de mi cerebro, el neocórtex, experimenté algo tan profundo
que me dio una razón científica para creer en la conciencia después de
la muerte.
Se cómo pronunciamientos como el mío les
suenan a los escépticos, así que voy a contar mi historia con la lógica
y el lenguaje del científico que soy.
Muy temprano por la mañana, hace cuatro
años, me desperté con un dolor de cabeza muy intenso. En cuestión de
horas, mi corteza entera – toda la parte del cerebro que controla el
pensamiento y la emoción, y que en esencia que nos hace humanos – se
había apagado. Los médicos del Hospital General de Lynchburg en
Virginia, un hospital donde yo mismo trabajaba como neurocirujano,
determinaron que de alguna manera había contraído una meningitis
bacteriana muy poco frecuente que ataca sobre todo a los recién nacidos.
Bacterias de e. coli habían penetrado en mi líquido cefalorraquídeo y
estaban comiendo mi cerebro.
Cuando entré en la sala de emergencias
aquella mañana, mis posibilidades de supervivencia en algo más que un
estado vegetativo ya eran bajas. Pronto estas posibilidades cayeron a
casi nulas. Durante siete días estuve en un coma profundo, mi cuerpo sin
respuestas, mis funciones cerebrales superiores totalmente fuera de
línea.
Luego, en la mañana de mi séptimo día en
el hospital, mientras mis médicos consideraban si se suspendía el
tratamiento, mis ojos se abrieron de golpe.
No hay una explicación científica para
el hecho de que mientras mi cuerpo estaba en estado de coma, mi mente –
mi conciencia, mi yo interior – estaba viva y bien. Mientras las
neuronas de mi corteza cerebral fueron aturdidas hasta su total
inactividad por las bacterias que las habían atacado, mi conciencia
liberada del cerebro había viajado a una diferente y mayor dimensión del
universo: una dimensión que nunca había soñado que podía existir, y que
mi viejo yo previo al coma hubiera estado más que feliz explicando que
se trataba de una simple imposibilidad.
Pero esa dimensión, a grandes rasgos, la
misma que describen incontables personas que han vivido experiencias
cercanas a la muerte u otros estados místicos, está allí. Existe, y lo
que vi y aprendí allí me ha puesto literalmente en un mundo nuevo: un
mundo en el que somos mucho más que nuestros cerebros y cuerpos, y donde
la muerte no es el final de la conciencia, sino más bien un capítulo de
un vasto e incalculablemente positivo viaje.
No soy la primera persona en tener
evidencia de que la conciencia existe más allá del cuerpo. Breves y
maravillosos destellos de este reino son tan antiguos como la historia
humana. Pero hasta donde yo sé, nadie antes que yo haya viajado alguna
vez a esta dimensión (a), mientras su corteza estaba completamente
apagada, y (b), mientras que su cuerpo estaba bajo observación médica al
minuto, como lo estuvo mi cuerpo durante los siete días completos de mi
estado de coma.
Todos los argumentos principales en
contra de las experiencias cercanas a la muerte sugieren que estas
experiencias son el resultado de un mínimo, transitorio, o parcial mal
funcionamiento de la corteza cerebral. Sin embargo, mi experiencia
cercana a la muerte no tuvo lugar mientras mi corteza estaba funcionando
mal, sino mientras estaba simplemente apagada. Esto se desprende
claramente de la gravedad y la duración de mi meningitis, y de la
complicación cortical global documentada por los escaneos TC y exámenes
neurológicos. Según el conocimiento médico actual sobre el cerebro y la
mente, no hay absolutamente ninguna manera de que yo pudiera haber
experimentado ni siquiera una conciencia débil y limitada durante mi
tiempo en el estado de coma, y mucho menos la odisea híper vívida y
completamente coherente que experimenté.
Me tomó meses aceptar lo que me pasó. No
sólo la imposibilidad médica de que había estado consciente durante mi
coma, pero más importante aún, las cosas que sucedieron durante ese
tiempo. Hacia el comienzo de mi aventura, yo estaba en un lugar de
nubes. Grandes, esponjosas, de color rosa-blanco, que se presentaron
nítidamente en contraste con el profundo cielo negro-azul.
Más alto que las nubes,
inconmensurablemente más alto, una multitud de seres transparentes y
brillantes se movían trazando arcos por el cielo, dejando largos trazos
como serpentinas detrás de ellos.
¿Pájaros? ¿Ángeles? Estas palabras las
registré más tarde, cuando estaba escribiendo mis recuerdos. Pero
ninguna de estas palabras hace justicia a estos seres, que eran,
sencillamente, diferentes a todo lo que he conocido en este planeta.
Eran más avanzados. Formas superiores.
Un sonido, enorme y retumbante como un
canto glorioso, descendió desde lo alto, y me pregunté si los seres
alados lo estaban produciendo. Nuevamente, pensando en ello más tarde,
se me ocurrió que la alegría de estas criaturas mientras volaban alto
era tal, que tenían que emitir este sonido, y que si la alegría no salía
de ellos de esta manera entonces simplemente no serían capaces de
contenerla. El sonido era palpable y casi material, como una lluvia que
se puede sentir en tu piel, pero que no te moja.
Ver y escuchar no estaban separados en
este lugar donde ahora estaba. Podía escuchar la belleza visual de los
cuerpos plateados de esos seres brillantes que estaban arriba, y pude
ver la perfección creciente, alegre de lo que cantaban. Parecía que no
se podía ver o escuchar ninguna cosa en este mundo sin volverse parte de
ella, sin unirse con ello de alguna forma misteriosa. Una vez más,
desde mi perspectiva presente, me permito sugerir que no se podría mirar
“hacia” nada en ese mundo en absoluto, porque la palabra “hacia” en sí
misma implica una separación que allí no existía. Cada cosa era
distinta, pero cada cosa era también una parte de todo lo demás, al
igual que los diseños ricos y entremezclados en una alfombra persa … o
en el ala de una mariposa.
Se vuelve más extraño aún. Durante la
mayor parte de mi viaje, alguien más estaba conmigo. Una mujer. Ella era
joven, y me acuerdo de cómo era en detalle. Tenía los pómulos altos y
ojos profundamente azules. Trenzas doradas enmarcaban su hermoso rostro.
La primera vez que la vi, estábamos juntos cabalgando sobre una
superficie con un intrincado patrón, que después de un momento me di
cuenta que era el ala de una mariposa. De hecho, millones de mariposas
estaban alrededor de nosotros, enormes y agitadas olas de ellas, que se
zambullían en un bosque y volvían de nuevo a nuestro alrededor. Era un
río de vida y color, moviéndose a través del aire. La vestimenta de la
mujer era simple, como la de un campesino, pero sus colores en polvo
azul, índigo y pastel de naranja-durazno tenían la misma abrumadora y
súper vívida vitalidad que todo lo demás. Ella me miró con una mirada
que, si la vieras durante cinco segundos, haría que tu vida entera hasta
ese punto valiera la pena, sin importar lo que haya ocurrido en ella
hasta ahora. No era una mirada romántica. No era una mirada de amistad.
Era una mirada que de alguna manera estaba más allá de todo esto, más
allá de todos los diferentes tipos de amor que tenemos aquí en la
tierra. Era algo superior, que contenía todos estos tipos de amor en si
mismo, mientras al mismo tiempo era mucho mayor que todos ellos.
Sin pronunciar una sola palabra, ella me
habló. El mensaje me atravesó como un viento, y al instante comprendí
que era cierto. Lo supe de la misma manera en que supe que el mundo que
nos rodeaba era real, no era una fantasía pasajera e insustancial.
El mensaje tenía tres partes, y si tuviera que traducirlas al lenguaje terrenal, sería algo como esto:
“Ustedes son amados y apreciados, muchísimo y para siempre.”
“No tienes nada que temer.”
“No hay nada que puedas hacer el mal.”
El mensaje me inundó con una inmensa y
loca sensación de alivio. Era como si me hubieran entregado las reglas
de un juego al que había estado jugando toda mi vida sin nunca haberlo
comprendido plenamente.
“Te vamos a mostrar muchas cosas aquí”,
dijo la mujer, una vez más, sin llegar a utilizar estas palabras, sino
transmitiéndome directamente su esencia conceptual. “Pero eventualmente
vas a regresar”.
Para ello, sólo tenía una pregunta.
¿Regresar a dónde?
Un viento cálido soplaba, como los que
surgen en los días más perfectos de verano, sacudiendo las hojas de los
árboles y fluyendo como agua celestial. Una brisa divina. Esto cambió
todo, transformando el mundo a mi alrededor en una octava incluso más
alta, una vibración más alta.
A pesar de que aun tenía una pequeña
función del lenguaje, al menos la idea que tenemos de él en la Tierra,
sin decir palabras comencé a formular preguntas a este viento, y al ser
divino que sentía que trabajaba detrás de él o dentro de él.
¿Dónde está este lugar?
¿Quién soy yo?
¿Por qué estoy aquí?
Cada vez que expresé silenciosamente una
de estas preguntas, la respuestas llegaron inmediatamente, en una
explosión de luz, color, amor y belleza que soplaba a través de mí como
una ola rompiendo. Lo más importante de estas explosiones es que no
callaban mis preguntas abrumándolas. Respondían a las preguntas, pero de
una forma que pasaba el lenguaje por alto. Los pensamientos me entraban
directamente. Pero no era pensamiento como lo experimentamos en la
Tierra. No era vago, inmaterial o abstracto. Estos pensamientos eran
sólidos e inmediatos, más calientes que el fuego y más húmedos que el
agua, y mientras los recibía era capaz de comprender al instante y sin
esfuerzo conceptos que me habría llevado años comprender plenamente en
mi vida terrenal.
Seguí avanzando y me encontré ingresando
en un inmenso vacío, completamente oscuro, infinito en tamaño, pero
también infinitamente reconfortante. Era profundamente negro pero a la
vez rebosante de luz: una luz que parecía venir de un orbe brillante que
ahora sentía más cerca de mí. El orbe era una especie de “intérprete”
entre mí y esta vasta presencia que me rodeaba. Era como si yo estuviera
naciendo a un mundo más grande, y el propio universo era como un útero
cósmico gigante y el orbe (que sentí estaba conectado de alguna manera
con, o incluso era idéntico a la mujer sobre el ala de la mariposa) fue
guiándome a través de él.
Más tarde, cuando volví, me encontré con
una cita del Siglo XVII, del poeta cristiano Henry Vaughan, que estuvo
muy cerca de describir este lugar mágico, este núcleo vasto y negro como
tinta, que era el hogar de la misma Divinidad.
“Hay, dicen algunos, en Dios, una oscuridad profunda pero deslumbrante”.
Eso era exactamente: una negra oscuridad que también estaba rebosante de luz.
Sé muy bien cuan extraordinario, cuan
francamente increíble, todo esto suena. Si alguien, incluso un médico,
me hubiera contado una historia como ésta en los viejos tiempos, hubiera
estado bastante seguro de que estaba bajo el hechizo de algún delirio.
Pero lo que me pasó fue, lejos de ser delirante, tan real o más real que
cualquier otro acontecimiento en mi vida. Eso incluye el día de mi boda
y el nacimiento de mis dos hijos.
Lo que me pasó exige una explicación.
La física moderna nos dice que el
universo es una unidad que es indivisible. Aunque parece que vivimos en
un mundo de separación y diferencia, la física nos dice que debajo de la
superficie, cada objeto y acontecimiento en el universo está
completamente entretejido con todos los demás objetos y eventos. No hay
verdadera separación.
Antes de mi experiencia de estas ideas
eran abstracciones. Hoy son realidades. El universo no sólo está
definido por la unidad, sino también, ahora lo sé, definido por el amor.
El universo como lo experimenté en mi estado de coma es – he
descubierto con sorpresa y alegría- el mismo sobre el cual tanto
Einstein y Jesús habían hablado en sus (muy) diferentes maneras.
He pasado décadas como neurocirujano en
algunas de las instituciones médicas más prestigiosas de nuestro país.
Sé que muchos de mis compañeros se aferran, como yo en el pasado, a la
teoría de que el cerebro, y en particular la corteza, genera la
conciencia y de que vivimos en un universo desprovisto de cualquier tipo
de emoción, y mucho menos del amor incondicional que ahora se que Dios y
el universo tienen hacia nosotros. Pero esa creencia, esa teoría, ahora
yace rota a nuestros pies. Lo que me pasó la destruyó, y tengo la
intención de pasar el resto de mi vida investigando la verdadera
naturaleza de la conciencia y difundiendo el hecho de que somos más,
mucho más, que nuestro cerebro físico, lo más claro que pueda, tanto
hacia mis colegas científicos como hacia la gente en general.
No espero que esto sea una tarea fácil,
por las razones que he descrito anteriormente. Cuando el castillo de una
vieja teoría científica comienza a mostrar líneas de falla, al
principio nadie quiere prestar atención. En primer lugar, el antiguo
castillo simplemente ha tomado mucho trabajo para ser construido, y si
se cae, uno completamente nuevo tendrá que ser construido en su lugar.
Esto lo aprendí de primera mano después
de que estuve lo suficientemente bien como para volver a salir al mundo y
hablar con otras personas -personas, es decir, que no sean mi sufrida
esposa, Holley, y nuestros dos hijos-, acerca de lo que me había pasado.
Las miradas de incredulidad cortés, especialmente entre mis amigos
médicos, pronto me hicieron ver la gran tarea que tendría para que la
gente comprendiera la enormidad de lo que había visto y experimentado
esa semana mientras mi cerebro estaba apagado.
Uno de los pocos lugares en los que no
tuve problemas para transmitir mi historia era un lugar que antes de mi
experiencia había visto bastante poco: la iglesia. La primera vez que
entré en una iglesia después de mi coma, veía todo con ojos nuevos. Los
colores de los vitrales me recordaron la luminosa belleza de los
paisajes que había visto en el mundo de arriba. Las notas bajas
profundas del órgano me recordaron cómo los pensamientos y emociones en
ese mundo son como olas que se mueven a través de ti. Y, lo más
importante, una pintura de Jesús partiendo el pan con sus discípulos
evocó el mensaje que permanece en el corazón mismo de mi viaje: que
somos amados y aceptados incondicionalmente por un Dios aun más grande e
insondablemente glorioso que el que me habían enseñado de niño en la
escuela dominical.
Hoy en día muchos creen que las verdades
espirituales vivas de la religión han perdido su poder, y que la
ciencia, no la fe, es el camino a la verdad. Antes de mi experiencia
tenía una fuerte sospecha de que ese era el caso para mí.
Pero ahora entiendo que esta opinión es
demasiado simple. El hecho cierto es que la imagen materialista del
cuerpo y el cerebro como los productores, en lugar de los vehículos, de
la conciencia humana, está condenada. En su lugar, una nueva visión de
la mente y el cuerpo va a surgir, y de hecho ya está emergiendo. Este
punto de vista es científico y espiritual en igual medida y valorará lo
que los más grandes científicos de la historia siempre se han valorado
por sobre todo: la verdad.
Esta nueva imagen de la realidad tomará
mucho tiempo en armarse. No va a estar terminada en mi tiempo, o
incluso, sospecho, tampoco en el tiempo de mis hijos. De hecho, la
realidad es demasiado vasta, demasiado compleja y demasiado
irreductiblemente misteriosa para que una imagen de ella alguna vez
llegue a estar absolutamente completa. Pero, en esencia, esta imagen
mostrará al universo en evolución, multidimensional, y conocido en
detalle hasta cada uno de sus últimos átomos por un Dios que nos cuida
mucho más profunda y apasionadamente que cualquier padre que alguna vez
haya amado a su hijo.
Aun sigo siendo un doctor, y aun sigo
siendo un hombre de ciencia, casi exactamente igual a como era antes de
que tuviera mi experiencia. Pero en un nivel más profundo soy muy
diferente a la persona que era antes, porque he podido vislumbrar esta
imagen de la realidad que está surgiendo. Y puedes creerme cuando te
digo que va a valer la pena cada pequeño paso de la labor que nos
llevará, y a los que vienen después de nosotros, para llegar a
comprenderla bien.
Proof of Heaven
A partir de esta experiencia, el Dr.
Eben Alexander ha escrito un libro titulado “Proof of Heaven: A
Neurosurgeon’s Journey into the Afterlife” (“Prueba del Paraíso: El
Viaje de un Neurocirujano al Más Allá”. Este libro se puede adquirir en
Amazon.com haciendo click aquí (por ahora solo disponible en idioma
Inglés).
Traducción: Sebastián Alberoni – www.caminosalser.com
Link al artículo completo “Heaven Is Real: A Doctor’s Experience With the Afterlife” de la revista Newsweek:
http://www.thedailybeast.com/newsweek/2012/10/07/proof-of-heaven-a-doctor-s-experience-with-the-afterlife.html